10 jun 2008

Jabón, soap, savon, sapone, sabonete...






Una forma de hombre, ya no un cuerpo, que caminaba penosamente por un paraje seco, pelado y frío, se acercó a la figura sentada bajo el único árbol a la orilla del río. Una barca flotaba inmóvil amarrada al árbol. El árbol estaba desnudo de hojas, desguarnecido y era escuálido; se alzaba en el aire como un esqueleto sorprendido en el acto de contraer sus huesos. Cuando la forma se acercó a pocos pasos de ella, la figura se irguió de pronto. Era un anciano alto y fornido y llevaba una capa andrajosa anudada al cuello; esperó y observó al recién llegado con ojos llameantes: era la figura de una persona sin edad, de larga barba y cabellera blancas. El espectro del hombre anduvo los pasos que faltaban con evidente fatiga y, al llegar ante el anciano, se estremeció. El recién llegado era un forma de hombre de edad madura atacado por una lividez casi transparente, pero no un viejo. Estuvo contando tiempo en silencio mientras recuperaba el aliento. El cielo incoloro reflejaba la tierra. Al cabo de un momento, aquella alma levantó la cabeza y preguntó, como si le costara un gran esfuerzo:
-¿Es éste el lugar donde vive la Muerte?
-Éste es -repuso la figura.
-En tal caso -dijo el alma del hombre-, aquí es adonde vengo.

2 comentarios:

fotosbrujas dijo...

Ostras no conocia tu aficion a las fotos, son cojonudas, me gusta tu punto de vista.

por cierto creo que el texto es de José María Guelbenzu

Antonio Caldera dijo...

José María Guelbenzu, si. De una novela que tiene poco que ver con el resto de su obra.