-Cuatro -dijo Jaguar.
Los rostros se suavizaron en el resplandor vacilante que el globo de luz difundía por el recinto, a través de escasas partículas limpias de vidrio: el peligro había desaparecido para todos, salvo para Porfirio Cava. Los dados estaban quietos, marcaban tres y uno, su blancura contrastaba con el suelo sucio.
-Cuatro -repitió el Jaguar-. ¿Quien?
-Yo -murmuró Cava-. Dije cuatro.
-Apúrate -replicó el Jaguar-. Ya sabes, el segundo de la izquierda.
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